Por Manuel Vázquez Portal
Una vez más, después de casi siete años, y cuando el glaucoma le empaña la mirada, y la artritis le agarrota las manos, me pregunto qué estará haciendo hoy Próspero Gainza. ¿Qué sueños le llenarán la cabeza? ¿Qué dolores le lacerarán el alma?
Seguro mira por la ventana enrejada de su celda, allá en la cárcel Cuba sí, de Holguín, y piensa en su hijo. El más pequeño. El que nació cuando ya él padecía una prisión injusta impuesta por el régimen cubano.
Seguro recuerda cuando nacieron los mayores y él los recibió a la vida con una sonrisa de padre orgulloso, dispuesto a verlos crecer en una tierra sin amos.
Seguro imagina una Cuba donde los hombres no pierdan el milagro del nacimiento de un hijo porque a un gobernante se le ocurra encarcelarlos por el solo hecho de pensar diferente, en una Cuba donde las mujeres no tengan que convertirse en padres y madres a la vez para enfrentar la hostilidad y la precariedad que impone un régimen arruinado y represor....
Seguro, a pesar de los 25 años a que fue condenado cuando la Primavera Negra de 2003, estará fortaleciendo su espíritu, recio y firme, como lo conocí, para que cuando pase el delirio y las tinieblas, su hijo más pequeño, el que me anunció con alborozo mientras estábamos en la cárcel de Boniato, se sienta orgulloso de su padre.
Seguro está madurando el mejor de los besos para dárselo, sin reloj y sin guardianes a la puerta de un promiscuo y sucio pabellón, a su María Esther Blanco, heroica y fiel, que en cada visita aparece cargada de vituallas y cariños para que él no se sienta abandonado.
Seguro cavila que Dios es más benévolo que los hombres y perdonará que María Esther haya abandonado a los Testigos de Jehová --que le impedían vincularse a asuntos políticos-- para atenderlo a él. Porque fue un acto de amor. Y si Dios es amor. Nadie hubiera podido impedir que María Esther fuera al encuentro de quien es para ella un hombre de honor y de coraje.
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