viernes, 28 de mayo de 2010

El más presente

Por Manuel Vázquez Portal

Miguel Valdés Tamayo murió a los 50 años. Dos infartos consecutivos le ripiaron el corazón. Recién había salido, bajo licencia extrapenal, del presidio político cubano. El no tuvo tiempo para leer la carta de los intelectuales afroamericanos exigiendo al gobierno cubano el respeto a los derechos civiles de la población negra en Cuba. El murió luchando por esos derechos. Era el presidente del Movimiento Hermanos Fraternales por la Dignidad.
Fue el 10 de enero de 2007. Cuando su esposa, Bárbara Elisa Collazo, quiso darle un beso de aliento, él ya no tenía aliento, el hospital se había oscurecido definitivamente para él. Fue la segunda viudez de Bárbara Elisa.
La primera ocurrió cuando en marzo de 2003 se lo arrancaron de los brazos para enterrarlo, con el corazón ya mal herido, en una celda de castigo en la cárcel Kilo 8 de Camagüey. ...
Ella no se vistió de negro para llorarlo, se vistió de blanco para defenderlo. A 15 años de cárcel lo había condenado el gobierno cubano por exigir la igualdad y la dignidad de todos los cubanos. Miguel sabía que la discriminación era total, no sólo contra los afrodescendientes.
Miguel Valdés Tamayo era mecánico de televisión y quería que aquellos viejos tarecos, en su mayoría de fabricación rusa, que él componía con más ingenio que piezas, al funcionar mostraran al pueblo una imagen más venturosa. Y fue que descubrió que las piezas que no funcionaban, que estaban mal colocadas eran las de la realidad social. Entonces quiso arreglar la sociedad pero un fusilazo --instalado, dirigido y propiciado por las fuerzas represivas cubanas--en su propio corazón lo electrocutó en la faena más noble que emprendió en su vida.
Había nacido un 20 de diciembre de 1956. Tres años después Fidel Castro le prometió, nos prometió a todos los niños de entonces, que se haría realidad el sueño martiano de que los niños nacían para ser felices. No lo fuimos. No nos dejaron serlo. Entre consignas, hambres y escuelas en el campo nos robaron la niñez. Miguel Valdés no quiso que sus hijos, sus nietos corrieran la misma suerte. Se alzó por los niños, por las mujeres, por los blancos, por los negros, por los mestizos; quiero decir, se alzó por Cuba que es todo eso. Y murió a la altura hasta donde se había alzado. Nunca claudicó. Con el corazón agujereado --padecía de miocardiopatía hipertensiva dilatada-- denunció desde la prisión las atrocidades a que era sometida la población penal en Cuba. Al fin, el 11 de julio de 2004, por presiones internacionales y por su grave estado de salud, las autoridades castristas le concedieron una licencia extrapenal. No querían que muriera en la cárcel. Deseaban evitar la aparición de un mártir cuando los ojos del mundo descubrían las verdaderas vísceras de la dictadura tropical. Era mejor matarlo fuera de prisión. Y así lo hicieron. Lo sometieron a la presión de los actos de repudios, las amenazas y las tensiones, mientras le negaban el permiso de salida al extranjero para que se tratara su enfermedad. Lo mataron. Le dinamitaron el corazón. Pero de esa explosión aún quedan los fulgores para que Miguel Valdés Tamayo sea el más presente del grupo de los 75.

1 comentario:

Maria dijo...

Tremendo destino. Toda la vida bajo la dictadura.
otro "Hombre Coraje"