Mirtha Ramona Llorente tiene un cáncer galopando por su sangre. La leucemia lleva muchos años tratando de derrotarla. No recuerda cuándo le empezó. Pero en su memoria no se apaga aquel miércoles 19 de marzo de 2003 en que la policía política cubana le instaló otro cáncer en el alma.
Hacía apenas ocho días que su hijo, Fabio Prieto Llorente, había cumplido los cuarenta años. Un desmesurado operativo militar invadió la casa del periodista independiente cubano, la revolcó sin decencia ni escrúpulos, se llevó a Fabio esposando frente a todos sus vecinos, y la anciana sintió un dolor que nunca le ha inflingido la leucemia. Supo inmediatamente que lucharía entonces con dos enfermedades mortales.
Mirtha Ramona tiene ahora 76 años, hace siete anda de trotamundo, junto a su hija Lourdes, por las cárceles de Cuba. A Fabio lo han trasladado varias veces desde que en abril de 2003 lo condenaran a 20 años de prisión por ejercer el noble oficio de mostrarles la verdad a los demás.
Pero no lo han condenando a él sólo. Su madre, cargada de vejez y enfermedades, ha sido condenada triplemente: a soportar la angustia de tener un hijo preso injustamente, a viajar por el infierno que es la isla para llevarle unas vituallas y unas caricias y a ver crecer a su nieto Fabito, quien entonces tenía sólo catorce años, sin la presencia de su padre.
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