lunes, 31 de mayo de 2010

Dicen que Pepito es malo

Por Manuel Vázquez Portal

José Ubaldo Izquierdo no es periodista, no sabe escribir, dice mentiras, habla mal del gobierno. Se reúne con la crápula contrarrevolucionaria. Brinda información a la radio extranjera. Publica sus textos en libelos de Miami. Lee a Mario Varga Llosa y a Guillermo Cabrera Infante. En su informe los señores de la Seguridad del Estado en Cuba, con este inventario infiel de atrocidades, afirman que Pepito es malo. Por eso lo condenaron a 16 años de prisión. Lo redujeron a una angosta celda donde, desde la lobreguez lo acechan los ojillos fríos, sospechosos y ariscos de alguna rata y lo acosan a pinchazos los mosquitos.
Era marzo de 2003. Una primavera sin lluvias, sin camisas, sin panes, sin cortesía, perdones ni entusiasmo. La primavera negra de Cuba. Pepito cortejaba a su esposa con unos versos de amor. Olvidados de la maledicencia oficial se preparaban para un romance sin licencias, porque los chicos malos tienen esas pésimas costumbres. Un burujón de guardianes de la policía política llegó a su hogar y rompió el hechizo. Revolvió los libros. Husmeó entre los papeles. Registró las gavetas. Puso la casa patas arriba. Se llevó a Pepito esposado....
Unos meses después le brindaron una licencia conyugal para un apareamiento contra reloj. Consumieron las tres horas con fruición. La habitación sórdida, enrejada, con olores de lupanar. Una requisa indecente a él y a su esposa. Frasecitas entre irrespetuosas y complacientes de guardián a guardián. Miradas entre envidiosas y lascivas. Candados a la puerta. El carcelero al acecho. Yamilka cohibida como una escolar sorprendida en falta. Continuaba el romance interrumpido por la fuerza policial.
De esa licenciatura del terror que cursa Pepito en una cárcel cubana y que él ha convertido en doctorado del amor, nacerá dentro de muy poco su hija. Yamilka, la esposa, se siente orgullosa de su vientre rebosante y sus piernas inflamadas, de los latidos que siente bajo sus costillas y se frota la piel estirada y se da palmaditas y habla tiernamente con la niña futura y le dice sobre su padre héroe encerrado por luchar para que no haya en Cuba más encierros que el protector, dulce encierro non nato.
Un día de mayo de 2002 Pepito pidió incorporarse a la prensa independiente cubana. Eligió el Grupo de Trabajo Decoro para hacerlo. En pocos días se convirtió en el reportero más hábil y productivo de nuestra pequeña agencia. Achaparrado, risueño y comilón, llegaba cada semana desde su Güines natal con un cartapacio de crónicas y noticias. Se tornó rápidamente una espina para el estancado periodismo oficial. Era la información y era la gracia de la palabra. La policía política no pudo tolerarle su nueva travesura y lo envió a un calabozo para reeducarlo.
Pero Pepito no tiene remedio. De nada le han servido los castigos. Encerrado, hambriento, enfermo y no escarmienta. Ahora le ha dado por escribir unos reportes desde la cárcel que horrorizan a cualquiera. En ellos narra lo incomible de los condumios que les brindan; cuenta de tremolinas infernales donde cuchillos, puñales, punzones y navajas, casi siempre de fabricación rústica, son los protagonistas de los días; detalla el tráfico y consumo de psicofármacos con que los reclusos tratan de drogarse para evadir la realidad carcelaria cubana; o ironiza con su enfisema pulmonar de no fumador inveterado que es.
Pepito, bolígrafo inquieto entre las rejas --que podrán retenerlo a él, pero jamás a su voz, su pensamiento-- nos habla de autoagresiones que se ocasionan los reclusos obstinados por todas las impotencias, las indefensiones, los atropellos; de las pobrezas en que viven los propios carceleros de botas rotas y uniformes desteñidos; de la angustia que padecen los familiares para visitarlos. No cuenta sólo su dolor, sino el de todos. Le duele la cárcel en que se pudre la nación, no la suya propia y particular.
Por eso Pepito es malo. No escarmienta. No se reeduca. No deja de escribir. No acata la injusticia que flagela al pueblo cubano. Cuando hayamos crecido, muchos querremos parecernos a Pepito.

Esta crónica se publicó por primera vez el 23 de octubre de 2005 en el diario El Nuevo Herald de Miami.

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