Reina Luisa Tamayo es la madre de Orlando Zapata, integrante del Movimiento Alternativa Republicana y uno de los promotores de la Peña del Parque Central. Fue arrestado el 20 de marzo de 2003 en el marco de la Primavera Negra de Cuba, pero no lo sancionaron hasta un año más tarde, el 20 de mayo de 2004, a 3 años de privación de libertad por “desacato a la figura del comandante”. A esa condena inicial, las autoridades cubanas le han ido agregando años en juicios de los que no ha sido avisada su familia y ahora ascienden a 25 los que tiene que permanecer en prisión.
La nueva aprehensión de Zapata, que había salido de la cárcel hacía unas semanas, llevó a su madre al paroxismo de la impotencia y el dolor. Me cuenta que había oído sobre los 75 opositores encarcelados y las protestas de sus esposas, y su rabia aumentaba al darse cuenta que no tenía medios económicos para viajar a La Habana, y la atormentaba no tener ropa blanca para sumarse al grupo. Habló con varias de sus amigas sin contarle su intención, consiguió una blusa blanca y con este atuendo se dirigió a casa de Laura Pollán, donde nos reuníamos.
Por esa época Zapata no había sido todavía enjuiciado y ni siquiera su madre sabía dónde lo tenían. Después de recurrir a varias entidades del gobierno sin resultados, Reina se dirigió al cuartel general de la policía política y sobreponiéndose a los maltratos y burlas de los oficiales que la atendieron, pudo enterarse que su hijo estaba en la penitenciaría de Guanajay en Provincia Habana.
Reina vive en Güira de Banes, un caserío del norte de Oriente y además de Orlando tiene 4 hijos más. Ella sí sabe bien cómo se multiplican en el entorno rural las penalidades de los cubanos: sus otros hijos, como muchos jóvenes campesinos, han emigrado hacia la ciudad en busca de alivio a sus miserables condiciones de vida.
“Mis vecinos son muy humildes, yo diría que pobrísimos, tú sabes como vive la gente del campo aquí: sin instalaciones sanitarias, cocinando con leña en un fogón improvisado con piedras, mucha gente ha perdido sus casas en los ciclones, y la miseria del guajiro se agrava por la persecución del estado a cualquier tipo de iniciativa privada que desarrolle.
“Pero son muy solidarios conmigo, cuando llego de las actividades que hacemos en La Habana, me preguntan sobre esto y muchos, desde que me ven venir a lo lejos, se acercan para felicitarme porque ya se han enterado por la Radio Martí de las marchas por las calles. Les parece mentira que haya quien se atreva a hacer eso. Pero yo estoy segura que ya hay muchos que sólo necesitan un empujoncito”.
La dificultad para llenar la bolsa con las provisiones para su hijo se acrecienta cada día, pues cada día está más desabastecida la alacena nacional, incluyendo al mercado negro. Las mujeres pasan meses compilando los alimentos para los presos. Reina viaja a La Habana para participar en las acciones de las damas y aprovecha para adquirir abastos para la visita familiar a la cárcel, porque en la capital los alimentos y artículos de higiene se encuentran con mayor facilidad Un día fue interceptada por guardias, quienes la trasladaron a la estación policial y le confiscaron las bolsas de galletas y leche en polvo compradas y la acusaron de acaparamiento, le pusieron una multa de 60 pesos y las explicaciones de Reina no los disuadieron de llevar a cabo su atropello.
En repetidas ocasiones se ha plantado frente a la prisión donde está Zapata para reclamar que se le respeten sus derechos. Cuando habla de su hijo encarcelado, se le agiganta de orgullo la voz y toca con fuerza sus collares santeros: mi hijo escribió en la petición fiscal varias veces ¡Abajo Fidel! ¡Viva Pedro Luis Boitel! ¡Cómo yo no voy a apoyarlo!
La presente crónica se publicó por primera vez el día 27 se septiembre de 2009 en El Imparcial Digital.
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