miércoles, 3 de marzo de 2010

Alejandrina



Cuando Diosdado González Marrero, condenado durante los arrestos de marzo de 2003 a 25 años de prisión, fue detenido en su casa de El Roque, pueblecito aledaño a Perico en la provincia de Matanzas, era el presidente de un grupo pacífico de defensa de los derechos humanos llamado “Paz, Amor y Libertad”. La Seguridad del Estado y las fuerzas policiales que la acompañaban tuvieron que derribar la puerta, porque Diosdado y su familia se negaron a dejarlos pasar. 
Desde entonces Alejandrina González de la Riva, su esposa, asumió los deberes de madre y padre para su hogar y sus hijos. A través de Radio Martí se enteró de que un grupo de mujeres en La Habana caminaban por la 5ª Avenida de la Habana, en protesta por el encarcelamiento de sus hombres, y hacían declaraciones y denuncias a la prensa extranjera, porque los medios masivos de comunicación en Cuba están en manos del gobierno totalitario que los maneja a su antojo censurando la información al pueblo. Alejandrina vio en las Damas de Blanco una forma de homenajear a aquel que la enseñó, con su ejemplo, a vivir con honor.
Llamé por teléfono a Alejandrina porque supe que Diosdado se había declarado en huelga de hambre y líquido. Ella está muy angustiada pero serena.
Me dice que a pesar de las torturas a las que está sometido continuamente, su esposo no se ha debilitado, al contrario, lo ha fortalecido moralmente.
La primera forma de tortura fue el encarcelamiento injusto de esos hombres y ubicarlos en cárceles muy lejanas a sus lugares de residencia. Alejandrina me cuenta cómo se preocupa Diosdado por los viajes tan largos y costosos que tiene que hacer su familia para ir a verlo, por cómo ella ha tenido que manejar sola la casa, conseguir el alimento y criar a los hijos, cuando se enferman cómo lograr las medicinas, cuando tienen un problema en la escuela cómo se las arregla para resolverlos. Sufre Diosdado cuando se entera de los actos de repudio que le hacen a su mujer, de los golpes que le han dado las turbas instigadas por la Seguridad del Estado y que él no está ahí para protegerla y defenderla. Solo en su celda de castigo, se pregunta si ella siente miedo ahora, se desespera por el peligro que corre a diario.
A Diosdado lo han torturado físicamente también: le esposaron las manos y los pies y lo golpearon, sin ningún motivo, sólo con el fin de hacerlo deponer la actitud orgullosa del que sabe que está en el lado de los buenos.
Durante estos 6 años de cautiverio, se ha negado a ponerse el uniforme de preso común porque él no lo es. El gobierno cubano se niega a darles a los prisioneros políticos cubanos el estatus de presos políticos, y a la vez multiplica las penalidades propias de las cárceles para ellos. Por exigir un tratamiento decoroso, a Diosdado lo trasladaron a una celda tapiada de castigo y, cuando en protesta por esta nueva medida se declaró en huelga de hambre, el segundo jefe de la unidad le retiró los pomos de agua en los que los presos almacenan el agua para beber.
Desde ese día se declaró en huelga de hambre y líquidos, está exigiendo que se le respete como prisionero político y que se le trate dignamente.
Alejandrina no ha dejado de denunciar a instancias gubernamentales cubanas, a organizaciones internacionales defensoras de los derechos humanos y a la prensa internacional los tratamientos crueles y degradantes que soportan los presos políticos cubanos, en celdas de aislamiento o en pabellones de hacinamiento, donde el calor se hace insoportable y los presos comunes, a cambio de beneficios prometidos por la policía política, los molestan y provocan. Donde escasea el agua, pululan insectos y ratas y los alimentos están podridos. Los presos políticos son, en mayor medida, víctimas del maltrato y las groserías de los guardianes.
Alejandrina ha sido víctima de los actos de repudio allá en su región natal y arrastrada por las calles por individuos dirigidos y adiestrados por las fuerzas represoras. Pero ella me cuenta que esa gente no son sus vecinos, ni sus conocidos, ni siquiera funcionarios de instancias municipales, sino que son gente traída en ómnibus de otros lugares, porque los sicarios del régimen no son capaces de movilizar a las personas que conocen a la familia de los González Marrero.
Los que conocen a Alejandrina la admiran y la respetan, muchos se acercan a ella para estimularla a seguir luchando. La apoyan con abastecimentos para que le lleve a su esposo a la cárcel y le mandan su solidaridad. Me cuenta que, un día un señor que había estado muy comprometido con el sistema, se le había acercado y le dijo: “usted está haciendo lo que la mayoría de los cubanos quisiéramos hacer, sólo que tenemos mucho miedo, mucho escepticismo”. Y entonces Alejandrina le contestó: “Pues nosotras, las Damas de Blanco, le estamos enseñando al pueblo que sí se puede enfrentar al Gobierno de los Castro en defensa de nuestros derechos. La oposición es pacífica pero tiene que ser desafiante.”
Y termina su narración con una mezcla de tristeza y satisfacción: “nuestra familia extraña mucho a Diosdado, pero él ha sido el ejemplo de coraje y dignidad que nosotros seguimos.”

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