De Iraida Soledad Rivas Verdecia se puede decir, parafraseando a Quevedo, “érase una mujer a un nebulizador, pegada”, pues su asma es tan severa que casi a diario tiene que recurrir a este aparato o a la inyección intravenosa para controlar el problema respiratorio que padece. No es raro encontrarse con ella en la Iglesia de Santa Rita o en otra reunión de las Damas de Blanco con una cánula hincada en su brazo.
Todos en su casa llevan muchos años militando en la oposición pública. Por eso el 18 de marzo de 2003, cuando la Seguridad del Estado arrestó a su esposo Roberto de Miranda, presidente del Colegio de Pedagogos Independientes, a ninguno le tomó por sorpresa, pero lo que sí no previeron fue que el día en que le celebraron el juicio, Marcos -el hijo mayor- se viera impedido de asistir, pues mientras esperaba junto a su madre para entrar al recinto judicial, fue detenido por la policía y encerrado en un calabozo. Iraida quedó sola sin ningún pariente o amigo en la Sala de Audiencias. Al escuchar el fallo de 20 años para su marido, Iraida no sabe qué se trastrocó en su cerebro y comenzó a gritar en pleno tribunal: “¡Libertad para Marcos, Libertad para Marcos!”. Afirma que estaba enloquecida pero que, gracias al furor que emanaba de ella, le devolvieron por lo menos a su hijo.
A Roberto le dieron una licencia extrapenal por razones de salud en junio de 2004, pero Iraida no disminuyó el activismo con nuestro grupo. Debido a eso, es desacreditada e infamada por la prensa oficialista y acosada por los acólitos del régimen: en agosto de 2006, durante el transcurso de un acto de repudio del que fue objeto, a su madre le subió la presión arterial y sufrió un derrame cerebral que le provocó posteriormente la muerte.
El año pasado su hija Elaide, residente en Miami, acompañada de su hijo y esposo, intentó visitar a sus padres. Hacía once años que no los veía y ellos no conocían al nieto.
Las autoridades cubanas les concedieron los permisos. La muchacha, colmada de alegría, realizó todos los trámites, gastó sus ahorros para pagar los documentos requeridos y llevar regalos. Al entrar al aeropuerto de La Habana, donde la esperaba su familia, sin dejarla saludarlos siquiera, la regresaron a EE.UU. cancelando la visita y sin mediar explicaciones de ningún tipo.
Mientras tanto Iraida y los demás se impacientaban porque no veían salir de la aduana a Elaide. Después de esperar por horas, fueron a preguntar a las autoridades migratorias. Las mismas le dijeron que habían revocado los visados de todos sus familiares, lo que fue confirmado un día después por un oficial de la policía política, quien le aseguró al matrimonio Miranda que jamás su hija entraría al país.
Este tipo de abuso es frecuente, los gobernantes cubanos como dueños absolutos del territorio nacional y de sus habitantes, se arrogan la facultad de decidir quién puede entrar o salir del suelo donde nació.
La gran mayoría de los cubanos residentes en el exterior, cuando viajan a la Isla, no quieren involucrarse con los disidentes, no quieren llevarles ni una carta, ni un pomo de medicinas, con tal de no irritar al gobierno. Y los que viven dentro tampoco se dan por aludidos acerca de las demandas del movimiento contestatario, ya que tienen que mostrar que son fieles defensores del proceso revolucionario, para que el régimen les permita seguir recibiendo a sus familiares y las remesas que éstos mandan.
O sea que, en tanto han liberalizado los viajes y el envío de remesas a Cuba, los que luchan dentro de la isla por la instauración de la democracia están cada día más desprotegidos y menos respaldados por los gobiernos de otras naciones.
El levantamiento de las restricciones de viajes de los cubanoamericanos a su tierra de origen, que habían sido impuestas como sanción al gobierno castrista por las altas condenas a 75 opositores pacíficos, se llevó a cabo en nombre del respeto a los derechos humanos sin tener en cuenta que la mayoría de esos opositores, continúan en prisión y que su único crimen fue tratar de ejercer esas libertades fundamentales.
Iraida me comenta: “Al igual que las otras mujeres de los presos, firmo cartas a organizaciones y reconocidas figuras internacionales, así como a primeros mandatarios del mundo. Pero cada día se intensifican más mis dudas: ¿habrá alguien que nos tome en cuenta?”
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