miércoles, 3 de marzo de 2010

María Elena




María Elena Alpízar es tan alta que llega al cielo. Era periodista independiente del Grupo Decoro, nos hacía reír contándonos que cuando venía a La Habana a las reuniones, mi marido se subía en una silla para dirigirse a ella.


Fue quien nos llamó Damas de Blanco por primera vez, en una crónica que escribió el 22 de mayo de 2003.
No tenía familiares presos, pero había sufrido la cárcel allá por la década de los 60por oponerse al régimen.
Viajaba con frecuencia de su natal Placetas a encontrarse con nosotras e incontables son las veces que estuvo detenida o que los agentes de la Seguridad del Estado de Cuba la obligaban a montarse en un carro y luego la abandonaban al borde de una carretera a cientos de kilómetros de su casa.
Estuvo la primera vez que nos atrevimos a salir de los alrededores de la Iglesia de Santa Rita. Siempre se efectuaban las marchas por el paseo de la 5ª avenida a la salida de la misa y supuestamente protegidas por las miradas de los feligreses que salían también del recinto religioso. Nos apresurábamos, porque creíamos que el gobierno cubano no se atrevería a abusar de mujeres a la vista de diplomáticos y periodistas extranjeros que acudían a la parroquia.
Sucedió justo durante el primer aniversario de la brutal represión desatada por Fidel Castro contra sus opositores. Durante días y muy secretamente, sólo las más allegadas estaban al tanto de lo que se iba a hacer, preparamos los homenajes, cosimos una imitación de la bandera cubana pero sin la estrella, el color rojo lo pusimos en forma de listón para que no pudieran acusarnos con el delito de “ultraje a los símbolos patrios” y sobre este escribimos “libertad para los 75”. Dos listas azules y dos blancas y en estas últimas pegamos las fotos y los nombres de los 75 encarcelados de la Primavera Negra.
Hasta bien entrada la noche se quedaron las más habiles para que al otro día pudiéramos enorgullecernos de ver colgando en una pared de la sala de Laura Pollán nuestro estandarte.
Las puertas y las ventanas fueron abiertas y se arremolinó la gente para ver la tela. Entonces no nos conocían dentro de Cuba.



Al otro día 19 de marzo nos citamos para la heladería Coppelia de donde partiríamos, muertas de miedo pero decididas, a la Dirección Nacional de Cárceles y Prisiones y luego a la Asamblea Nacional del Poder Popular a pedir la libertad de nuestros familiares.


Mientras gritábamos libertad, libertad, yo con la mano de mi hijo fuertemente apretada, me decía para mis adentros: “Ahora sí se nos fue la catalina, nos van a meter presas a todas”.
Éramos 16 mujeres: Laura Pollán, Loida Valdés, Dolia Leal, Gisela Sánchez y su cuñada Vilma Portales, Mireya Pentón, Marcela Sánchez, Caridad Noa y la madre de su esposo Felicia Espinosa, Bárbara Rojo, Margarita Borges, Berta Soler, Matilde Jerez, Isabel Ramos, María Elena Alpízar y yo.
Por su posición frontal al régimen cubano María Elena padeció la separación de sus hijos que vivían en Venezuela y a los que “en 25 años, 6 meses y 27 días” no pudo ver. Soñaba con reunirse con ellos, pero los oficiales de emigración le contestaron a su demanda “que Chávez no quería contrarrevolucionarios allá”. A los 65 años pudo emigrar a los Estados Unidos, donde ha continuado su apoyo a los opositores cubanos y desde donde, cuando puede, de la pensión que recibe para vivir, todavía “saca algo para los hermanos” que dejó en el suelo patrio.

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