Mucho he esperado para escribir sobre Laura Pollán. Quiero que mi testimonio sobre ella sea lo más objetivo posible sin que medie la amistad que consolidamos en aquellos días trágicos que todavía, junto a otras, padece.
Si me pidieran que definiera su carácter nada mejor para explicarlo que el pensamiento del gran patriota cubano José Martí : como el mármol ha de ser el carácter, blanco y duro.
Pareciera que nuestro apóstol se inspirara en ella. Recuerdo que un día de los pocos que pasábamos solas en su casa de Neptuno, ella me comentó: “yo nunca había querido involucrarme en nada de esto (se refería a la lucha opositora), porque cuando me involucro le meto el corazón”.
Y ha sido consecuente con estas palabras. Le ha entregado su vida, su privacidad, su tranquilidad a la causa de la liberación de los presos políticos. ...
Por eso los que la rodean y conocen la adoran y respetan a pesar que la tensión, la enorme responsabilidad que tiene sobre sus hombros y también su diabetes a veces pueden sacarla de su natural calmado.
Por eso los que la rodean y conocen la adoran y respetan a pesar que la tensión, la enorme responsabilidad que tiene sobre sus hombros y también su diabetes a veces pueden sacarla de su natural calmado.
Su esposo y el mío eran colegas de la misma agencia de prensa independiente, por lo que a menudo visité su casa cuando todavía ella enseñaba en una escuela para adultos y yo era bibliotecaria.
Me llamaba la atención su bondad. Podía sin reparos desprenderse de cualquier objeto material y regalarlo. La vi hacerlo muchas veces. Aunque lo que mejor ilustra su capacidad de sacrificio es el cuidado que dedicó durante sus últimos días, a Poncito el hijo del famoso pintor cubano Fidelio Ponce de León, cuando ya sus amigos se habían alejado porque su cáncer del pulmón no le dejaba ánimos para bachatas. Poncito murió mimado por Laura, a la que había recalado cuando su bolsillo y su espíritu quebraron definitivamente.
Bajo su conducción el movimiento de las Damas de Blanco dejó de ser un grupo de mujeres haciendo cartas y declaraciones cada una por su lado para cohesionarse definitivamente en un bloque donde todo se decide por consenso y se respeta la voluntad de cada una.
En los albores del grupo me percaté que este movimiento iba a sentar pautas en la lucha por la democracia y los derechos humanos en nuestro país. Laura reٌía incrédula cuando yo le decía “esta casa será un museo en el futuro.”
Y ahora desde la distancia cuando contemplo con orgullo cada acción de las Damas de Blanco, cada marcha, cada acto de repudio que padecen, siento envidia de ellas, del papel que les tocó desempeñar y que ya yo, definitivamente, perdí.
Durante estos siete años ha llorado la partida de amigas, ha afianzado otras afectos, ha enseñado y ha aprendido ella también. Pero sobre todo, como la mayoría de las Damas de Blanco, está convencida que tienen derecho a temer, a agotarse pero no a rendirse. Puedes abandonar el campo de batalla, como lo hice yo, pero ya entonces te conviertes en una servidora de las que quedaron luchando: desde el exilio apoyo, Cuba manda.
A menudo hablo con Laura, la extraño como amiga y sobre todo por ese decir sincero que a veces sorprende y a veces irrita, pero sólo los egoístas y oportunistas no reconocen su grandeza.
En los momentos intensos a los que han tenido que enfrentarse le veo aflorar su dureza de cuarzo, la firmeza inclaudicable en sus palabras: “Para que abandonemos nuestra empeño tienen que matarnos, porque si nos golpean, si nos arrastran por el suelo, nos levantaremos de nuevo para seguir luchando.”
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