Manuel Vázquez Portal y Emilio Estefan, un día antes de la marcha a favor de las Damas de Blanco en Miami.
Foto: Cortesía de Tomasito Regalado,Jr.
Manuel estaba en la cárcel de Boniato, en Santiago de Cuba, a casi 900 kilómetros de nuestro hogar en la Habana. Nuestro hijo Gabriel le echaba mucho de menos. Ellos acostumbraban jugar todas las tardes. Practicaban el béisbol, el balompié o se iban a nadar a la costa, de donde vivíamos muy cerca. Para Gabriel la separación fue muy dolorosa. Manuel no sólo era su padre, era también su amigo. En los minutos que le daban para que habláramos por teléfono se lo conté. Entonces Manuel le escribió esta carta al niño:
La Navidad de 2003 nos acercó más. Los festejos cobraban una significación especial para nosotras. Recordábamos con nostalgia, detalles de años pasados, cuando celebrábamos en el seno de la familia la alegría del nacimiento de Jesús.
Para caracterizar a Laura Pollán he querido entregarles primero esta crónica publicada por Manuel Vázquez Portal el 9 de julio de 2001 en http://www.cubanet.org/ . Después les contaré cómo la conocí, cómo nos hicimos amigas, cómo nos iniciamos en las Damas de Blanco.
Antes de los sucesos de la Primavera Negra yo era una sencilla ama de casa cuya única aspiración era atender y hacer feliz a mi familia. Ninguna idea altruista me movía, ni siquiera patriótica y hasta mortificaba a mi esposo por haberse enrolado en la prensa independiente que tanta zozobra nos había traído. Cada día de mi vida lo despedía con un beso y lo seguía con la mirada hasta que su figura se perdía en el recodo del camino, y entonces temerosa, le rogaba a Dios que lo protegiera porque ya no podía hacerlo yo.
De Iraida Soledad Rivas Verdecia se puede decir, parafraseando a Quevedo, “érase una mujer a un nebulizador, pegada”, pues su asma es tan severa que casi a diario tiene que recurrir a este aparato o a la inyección intravenosa para controlar el problema respiratorio que padece. No es raro encontrarse con ella en la Iglesia de Santa Rita o en otra reunión de las Damas de Blanco con una cánula hincada en su brazo.
Después de casi 7 años todavía veo, en mis sueños, la antesala del Estado Mayor de la Seguridad del Estado, con sus largos bancos de madera y los grupos de familiares atemorizados, sin hablar apenas, rodeados de militares de caras hoscas y ojos torcidos, esperando durante horas la visita de 5 ó 10 minutos a la semana que nos permitían las autoridades. Al caminar por el vericueto de pasillos hasta la habitación designada para que se efectuara el encuentro, sentía que se me helaba la sangre, luego en ella, oía el sonar de cadenas y cerrojos: se acercaba mi esposo con un guardia que advertía: “sólo temas familiares, nada del proceso de instrucción”.
Pero Marcelo tiene una tía que lo representa con honra: Catalina Cano, linda viejecita, que todos los domingos encamina sus pasos hacia la iglesia de Santa Rita de Casia para pedirle a la patrona de los imposibles que libere al que, desde hace mucho tiempo, adoptó como hijo. Cuando habla de él se le nubla la mirada, pero rápidamente recobra el ánimo: “Luchar junto a las Damas me ha transformado, la vejez sólo la siento en la piel, porque mi alma y mi corazón se han vuelto jóvenes para dedicarme a la causa de los presos políticos cubanos”, me comentó un día caminando al frente de una marcha.
La incorporación de los familiares de los presos políticos a las Damas de Blanco fue un proceso lento. Algunas de nosotras viajamos a diferentes pueblos del interior de la Isla para visitar a las esposas y alentarlas a que se unieran al grupo. Esto en Cuba resulta peligroso, pues el gobierno puede acusarte de un delito tipificado en el Código Penal Cubano como “incitación para delinquir”.
Lo que mejor recuerdo de Nancy Alfaya es su fe religiosa. Es una fervorosa practicante en la Iglesia Pentecostal donde, actualmente, transcurre buena parte de su vida. Pero la conocí en la antesala del cuartel de la policía política, mientras ambas esperábamos los 5 minutos de visita que nos asignaban las autoridades para ver a nuestros esposos durante los procesos de instrucción de cargos que los llevaron a presidio en la Primavera de 2003.Días más tarde, mientras transcurría el juicio, Nancy no cesó de repetirme que Dios estaba con nosotros y que nada podría vencernos y que seguro nuestros maridos estarían pronto en libertad. Recuerdo los labios de Nancy moviéndose rápidamente sin emitir sonido, en lo que supuse sería un rezo desesperado.
Cuando Diosdado González Marrero, condenado durante los arrestos de marzo de 2003 a 25 años de prisión, fue detenido en su casa de El Roque, pueblecito aledaño a Perico en la provincia de Matanzas, era el presidente de un grupo pacífico de defensa de los derechos humanos llamado “Paz, Amor y Libertad”. La Seguridad del Estado y las fuerzas policiales que la acompañaban tuvieron que derribar la puerta, porque Diosdado y su familia se negaron a dejarlos pasar.
Un día sentimos unos toques apremiantes a la puerta de casa de Laura Pollán. Al abrir, una mujer morena casi se desmorona bajo el dintel. Era Milka María Peña Martínez, sudorosa y sedienta, con su bebita de pocos meses apretada contra el pecho, pero feliz de habernos encontrado.
A Julia Núñez la conocí antes de los sucesos de la Primavera Negra de Cuba, en una recepción que el 15 de enero de 2000, Vicki Huddleston, entonces embajadora de EE.UU en La Habana, ofreció por el aniversario del nacimiento de Martin Luther King. Recuerdo, diáfanamente, mi pánico cuando a los pocos días la Mesa Redonda de la Televisión Cubana acató como tema esta reunión y nombró a todos los “cabecillas contrarrevolucionarios” que habían asistido, endilgándoles los más oprobiosos comentarios. Julita no era una activista de la oposición pacífica, pero padecía como yo, los temores de estar casada con uno de ellos.
Berta Soler es el azabache de las Damas de Blanco. Su energía, enorme y poderosa, las protege frente a las influencias negativas y maleficios. De ánimo alegre, ha sabido intervenir oportunamente cuando algún indicio de agotamiento o resquebrajamiento motivados por los años de tensión o sibilinos propósitos han azotado a las mujeres que componen el grupo.
Reina Luisa Tamayo es la madre de Orlando Zapata, integrante del Movimiento Alternativa Republicana y uno de los promotores de la Peña del Parque Central. Fue arrestado el 20 de marzo de 2003 en el marco de la Primavera Negra de Cuba, pero no lo sancionaron hasta un año más tarde, el 20 de mayo de 2004, a 3 años de privación de libertad por “desacato a la figura del comandante”. A esa condena inicial, las autoridades cubanas le han ido agregando años en juicios de los que no ha sido avisada su familia y ahora ascienden a 25 los que tiene que permanecer en prisión.